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En el s. XX las ciencias se ocuparon de demostrar la relatividad del universo propuesta por Einstein. Físicos, matemáticos, divulgadores, y otras tantas disciplinas del saber contribuyeron a este hecho. Hoy, podemos hablar de una interpretación de la relatividad política gracias a sus teorías
Cuando las teorías de Einstein inauguraron el siglo XX, Willem de Sitter revolucionó el campo de la cosmología al extraer como conclusión la hipótesis que planteaba la ralentización del tiempo en las regiones remotas del universo hasta su completa detención. Años más tarde, los teóricos Friedmann, Lemaître y finalmente Eddington propusieron otra hipótesis que desmentía la anterior, demostrando que el fenómeno utilizado por Sitter para confirmar su predicción -el enrojecimiento de la luz en zonas donde el tiempo debería ralentizarse- se debía, en realidad, al receso de las nebulosas o, lo que es lo mismo, a la expansión del universo. (Uno y el universo, Ernesto Sábato).
Salvaguardando las distancias metodológicas, doctrinales y, sobre todo, propositivas que separan a dos materias tan inconexas como son la física y la política, es posible extraer una concordancia dialéctica entre la realidad que se calcula y la realidad que se gobierna. Como cuestión a posteriori, ambas tienen por finalidad la elaboración de textos y tratados, pero aplicables a la consecución de resultados cuánticos o relativistas para unos, y legislativos, económicos o sociales para otros. Como hecho a priori, hecho necesario para la identificación del ámbito de aplicabilidad y la consiguiente tarea experimental, tanto la física como la política trabajan sobre la medición de una realidad (más o menos) observable. Y es en este último punto donde radica una correlación substancial: ninguna de las dos realidades observadas es entendida en su totalidad al momento de ser objeto de estudio.
La política, por analogía sintética con el campo de la física, experimenta otro tanto de esa relatividad einsteniana. Inevitablemente, el desarrollo de la escena política se ve interrumpido, de tanto en tanto, por periodos de crisis, ya sean financieras, económicas, sanitarias o de cualquier otro tipo. En estos estadios de receso, alejados del bienestar socioeconómico perseguido y profetizado, el tiempo -esto es, la legitimidad, el desarrollo, las relaciones multilaterales y la política en sí misma- parece ralentizarse, cuando en realidad lo que se está produciendo es su expansión. La política y las relaciones que de ella derivan se expanden, es decir, se especializan. Surgen nuevas creencias, nuevas visiones, nuevos populismos y nuevas formas de liderazgo, nuevos tratados, nuevos convenios y nuevos organismos y actores. Todos ellos más concretos en tanto que más abstracto se vuelve el conjunto. Suponen por sí mismos nuevas formas y modos de gobernar la realidad, creyendo fehacientemente que el poder ha logrado ser consciente de los problemas que la ponían en riesgo. La observación de la realidad cae en cuenta de su error cuando, pocas épocas (a veces años) después, una nueva crisis aparece, como una nebulosa en receso, expandiendo lo que hoy conocemos hacia nuevos límites inexplorados. La política, según lo argumentado, podría definirse como una metáfora -o una analogía, si se quiere- del universo: tanto más conocemos de ella, más parece alejarse de nosotros.
Comúnmente las crisis se asocian a oportunidades de cambio, cuando lo que ocurre es un efecto de expansión
Comúnmente las crisis se asocian a oportunidades de cambio, cuando lo que ocurre, repito, es un efecto de expansión. Las decisiones que se toman para amortiguar sus efectos y recuperar el control de la realidad tienen como consecuencia la aparición de nuevos elementos y contiendas. Se menosprecian y socaban los factores sociales coadyuvantes que resultan imprescindibles para comprender la realidad política hasta que, antes de realizar un esfuerzo autorreflexivo, vuelve a aparecer una crisis que pone en tela de juicio todo lo que se daba ineludiblemente por consolidado. Se eximen los errores propios cometidos y, en contra de la opinión social, se propone una expiación acusando las deficiencias del modelo económico, financiero o institucional (como si las ciencias sociales constituyesen una unidad biológica y racional). El propio Eddington dijo: “(el hombre) ha perseguido durante siglos las misteriosas huellas dejadas en la arena por alguien, hasta darse cuenta de que esas huellas son las suyas propias”. De llegar alguna vez a tal insatisfactorio descubrimiento, lo más probable es que el hombre se mude de zapatos y diga que esas huellas las dejaron otros.
Otra de las consecuencias de las teorías de Einstein fue la de considerar el universo como un espacio uniformemente lleno de materia. A propósito de definir una geometría cósmica separada de las concepciones euclidianas -defendían el “Universo plano”, sin habida cuenta del error precedente más inmediato respeto al terraplanismo-, fueron elaborados dos nuevos sistemas: el del matemático alemán Riemann y el del ruso Lobachevski. El segundo de ellos planteaba el universo como una superficie pseudoesférica que podía desviar los rayos de luz en cualquier dirección; el primero, como una esfera tetradimensional y finita: una superficie en la que un rayo de luz viajaría hasta regresar a su punto de partida. (El Universo, Isaac Asimov). Sustitúyase “superficie” por "gobierno" o “gobernanza”, “rayo de luz” por “decisiones”, y “universo” por “escenario político” y resultarán de ambos dos enfoques perfectamente aplicables al ámbito de la políticas nacional e internacional.