Pillareta nos ilustra con una ciudad que tuve ocasión de conocer en mi infancia y que sigue en mis recuerdos como un sitio de ensueño... ¡todo un lujo de felicidad!
Si hay una ciudad con encanto por excelencia, que hechiza nada más pisarla, esa es Venecia. No es exageración decir que fácilmente pierdes el rumbo al caminar, por un laberinto de callejones y plazoletas, piazzales y campos unidos por puentes que cruzan sus cientos de canales. El encanto de Venecia contrasta con los vendedores de paloselfies, que están "tomando la isla" como resultado de la globalización.
Como capital del Véneto su provincia comienza en los Dolomitas y llega hasta el Mar Adriático frente a Croacia. Los que tenemos un espíritu viajero no podemos olvidarnos del gran Marco Polo, pero nunca sabremos si nació en Venecia o en la isla de Kórçula como afirman los dálmatas.
Venecia parece tener un status más independiente e incorruptible respecto al resto de urbes en Italia. El aislamiento físico y el periodo de dominio Ducal le confirieron una situación privilegiada... ¡ni Carlomagno pudo hacerse con ella!
Ciudad sin coches ni motos, sólo con vaporettos y góndolas, y muchas palomas que no ensucian la ciudad. Venecia es una joya mimada, muy cuidada -al menos en invierno- cuyas calles están limpias y seguras, ... es un placer caminar. Déjate llevar por sus estrechos pasadizos y recovecos para admirar cada detalle. Fachadas e iglesias que van desde lo renacentista a lo barroco, pasando también por lo bizantino, románico y gótico. Con palacios y palacetes a pie de calle que esconden seguramente suculentas historias pasadas, intrigas, rivalidades patricias, y... mucha pasión.
La primera vez que visité esta ciudad era apenas una adolescente. Todo estos años pensé que tal vez tendría a Venecia sobrevalorada, a esa temprana edad no se tiene formado el sentido del juicio, ni se ha viajado lo suficiente para opinar con relatividad. Pero ahora que he vuelto, 20 años después, afirmo que es tan bonita como la recordaba, sin perder un ápice de la magia asociada siempre en mi inconsciente.
Repetir la misma foto, ahora selfie, en el Puente Rialto sin apenas diferencias; ver que las torres de la ciudad están más inclinadas ahora que entonces; no hallar cines ni lugares de ocio, denota que la isla se mantiene casi intacta. Pocas ciudades están dispuestas a preservar tan bien su esencia.
Aún conservo una máscara de plumas de pavo real que compré con 16 años- ¡una pava!- en antiguas pesetas, no muchas, cuyo precio ahora se ha decuplicado. Y es que el carnaval veneciano, de fama mundial, no lleva tanto tiempo celebrándose. Renació en 1979, año hasta el cual había estado prohibido desde que Napoleón pasara por allí. Tanta capa y máscara propiciaba el crimen fácil y las conspiraciones. Así que en menos de 40 años los venecianos han relanzado la Mascarada sabiendo sacar buen partido de ello.
Momentos deliciosos no faltan en Venecia como subir al puente de la Academia para disfrutar de sus magníficas vistas de noche mientras se escucha a algún músico sentado tocando el laúd medieval. Es para suspirar... ¡ah!
La religión cristiana, fuente de inspiración que ha nutrido a artistas en todos los tiempos, está muy presente, al igual que en el resto de Italia. Tiziano, Bellini, Tintoretto, entre otros, dejaron su huella principalmente en iglesias.
Una experiencia más mística que religiosa, y una forma menos tediosa de acceder al recinto sin esperar colas, es escuchar misa en la Basílica de San Marcos. La atmósfera es inmejorable, con una riqueza artística única que combina el arte bizantino del Imperio Romano de Oriente con el gótico europeo. Sus cúpulas doradas multiplican el reflejo de los rayos de sol matinales. La misa está amenizada por un coro de voces "divino": una música que cura el alma.
Al Atardecer en el muelle de San Marcos se posa una bruma muy característica que difumina el horizonte y las fachadas. Las farolas cobran protagonismo y la ciudad se envuelve en un halo de frío y de misterio. Los canales se hacen oscuros y parecen más profundos. Venecia estaba borrosa en el momento de mi partida.
Siento nostalgia y admiración por la ciudad al tener que irme y no poder pasar unos días, semanas, o meses más en La Serenissima, como la llamaban antiguamente. En todos estos años la banda sonora que mi cerebro ha asociado a Venecia son Las Cuatro estaciones del veneciano Vivaldi. Es fácil encontrar recitales de esta obra en la ciudad. ¿Qué mejor combinación para escuchar una música tan delicada? Música barroca en una iglesia renacentista. Se me eriza la piel al escuchar Las cuatro estaciones de Vivaldi, especialmente el fragmento del Verano Concerto No.2 in G minor, Op 8 RV315: III Presto Estate. Recuerdo siempre el anuncio de cierto perfume ambientado allí hace 20 años, que comenzaba gritando: ¡Veneziaaa!
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