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Hace unos días se vieron unas imágenes de Bill Gates, el fundador de Microsoft y ahora filántropo, bebiendo agua que cinco minutos antes era excremento humano.
A su lado estaba Peter Janicki, el creador de la instalación que logró un milagro mayor que el de los alquimistas: convertir las heces en el oro del futuro, que será el agua.
Omniprocessor, el nombre de la máquina, se repetirá mucho después de que comience a funcionar este año la primera en Dakar, Senegal, para proveer de agua purísima a una población enferma por las aguas contaminadas.
Es admirable la dedicación filantrópica de algunos capitalistas, sobre todo los hechos a sí mismos a partir de cero, como es el caso de Gates; y de su esposa Melinda, que fue quien detrás de sus Windows lo impulsó a dedicar gran parte de su fortuna a mejorar el mundo.
Tras él están las investigaciones de vacunas y los tratamientos más exitosos que pueden derivar en la cura definitiva de la malaria, de la que mueren anualmente unos 2, 5 millones de personas, la mayoría niños.
El Omniprocessor depura en pocos minutos cien toneladas de heces convirtiéndolas en ochenta toneladas de agua pura, y las veinte toneladas restantes en fertilizantes y combustible para alimentar a la propia máquina.
Un mundo lleno de máquinas Omniprocessor, que ya construyen para donar Gates y Janicki, y cuyas patentes ceden gratuitamente, daría agua y eliminaría los desechos biológicos generados por humanos.
Lograr esto no se le ocurre a ningún político del mundo. Sus metas son otras.
Sólo las mentes visionarias de quienes empezaron desde un pequeño garaje o taller para realizar una idea revolucionaria se arriesgan para obrar milagros así. Todo avance se conquista o financia gracias a capitalistas como Bill Gates.
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