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El nostálgico rocío que destila lágrimas sobre el cándido cristal de la ventana y el dulce canto del ruiseñor que penetra los lugares más recónditos del alma son manifestaciones de un milagro divino
En cualquier lugar del mundo donde nos encontremos, siempre estaremos «acompañados» por los recuerdos, ya que ellos representan el eterno presente que se negó a ser sepultado por las oscuras telarañas del pasado.
Los años se habían posado sobre la humanidad de Eusebio Mota y sus pasos temían cada vez más a la gravedad terrestre, sin embargo, la benevolente brisa le impulsaba para llegar al puerto difícil de abandonar, ¡el dulce hogar!
Completamente extenuado miró como una puerta se abría para darle la más generosa bienvenida, luego la luz de una bombilla transformó las sombras en graciosas figuras sonrientes al ver que todo se traducía en total armonía.
-¡Ven a descansar, viejo! -Le ordena dulcemente un vetusto, pero cómodo sofá y las súplicas no se hicieron esperar.
¡Psst, psst!, la añeja nevera lo invita a su gélido interior para mostrar con mucho orgullo unas descoloridas lonjas de jamón y queso. A escasa distancia sobre una mesa descansa un trozo de pan que intenta seducirlo para dar punto final a un ayuno forzoso de incontables días.
Dentro de esas cuatro paredes todo parecía perfecto, sin ignorar que del otro lado del ventanal existía un mundo cargado de sonidos producidos por las bocinas de los carros, voces, música, etc. Al cabo de unos minutos su cansada mirada quedó en completa orfandad al observar la calle convertida en un desértico lienzo.
El fiel bastón va trazando temblorosos garabatos, mientras arrastra lentamente el débil cuerpo hasta una cama de caoba que había soportado incontables pataletas originadas por constantes pesadillas.
A lo lejos el tañido de las campanas de la ermita integra un dúo misterioso junto a la grave voz de la montaña, cuyo eco distante sopla por la ventana, ¡fín, fín, fín...! y Eusebio jamás entendió que se trataba de Serafín, el hijo extraviado de una angustiada madre.
Autor: Alfredo Pirela Velásquez