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La palabra “indio” aparece entre comillas; no sólo por todo el dolor, el sufrimiento, las ofensas que el vocablo evoca; si no también por respeto a las comunidades indígenas, a sus luchas sociales y a los movimientos indígenas que reivindicaron el termino indígena para identificarse y definirse
PORTADA: Cacique Nutibara obra de José Horacio Betancur en el Pueblito Paisa, Medellín, Colombia.
La novela Lejos del nido, del escritor antioqueño Juan José Botero, constituye el principal referente a la hora de hablar de población indígena en la región del oriente de Antioquia (Colombia). La amplia difusión de la novela, su popularidad, múltiples adaptaciones al teatro, la radio y la televisión, sumadas al hecho de que durante años fue novela de obligada lectura en los colegios del oriente antioqueño, configuran una imagen del “indio”, construida a partir del discurso literario.
La importancia de la novela Lejos del nido, para la literatura antioqueña, se hace evidente si se tiene en cuenta que para los habitantes de Rionegro, El Retiro y La Ceja, la historia narrada en la novela no sólo es real, sino que además fundamenta todos los prejuicios y supuestos que configuran la imagen del “indio”[1], y, para algunos, la obra constituye un documento histórico, al ser el único documento que menciona la presencia de indígenas en la zona, más allá de 1833, puesto que, como señala Fabio Gómez Cardona[2], los historiadores han construido la imagen de una Antioquia tempranamente vaciada de su población indígena. Por otra parte, la novela menciona personajes, anécdotas y lugares históricos, lo cual hace difícil separar ficción de realidad, hasta el punto de ser considerada por los habitantes de la vereda Lejos del Nido, vereda ubicada entre los municipios de El Retiro y la Ceja, “la historia de la vereda”.
Ahora, Lejos del nido narra la historia una niña de buena familia[3], que fue raptada por una pareja de “indios” que la crían como nieta suya. Durante el cautiverio, la niña, hija de un hogar blanco y católico, conserva la pureza y virtudes heredadas de sus padres, mientras la bestial ferocidad de los “indios” se transmite espontáneamente de generación en generación. Los raptores de la niña, al igual que los demás “indios” mencionados en la novela, son descritos como seres sanguinarios, bestiales, criaturas toscas y salvajes, representantes de una humanidad criminal cuya semilla debe ser borrada de la tierra. Así describe el autor a los raptores de la niña:
“Contaba Mateo Blandón largos años, si bien es cierto que no lo demostraba; de baja estatura, rechoncho, sin pelo de barba como indio de pura sangre, sus ojos pequeños y torcidos, con vetas coloradas como los de algún venenoso reptil; color cobrizo, estevado y de andar incierto;[…]. Aprendió a deletrear de chiripa, habiendo entrado de niño a servir en la casa de un sacerdote, quien a fuerza de coscorrones y de rejo le hizo conocer la lectura, aunque bien titubeada.
Tapadísimo era Mateo hasta decir, ¡upa!, especialmente para expresarse; pero marrullero como él solo…entre los de su clase era tenido por médico (yerbatero). Leía a medias en un libraco manuscrito que tenía, titulado “Artículos de secretos de naturaleza y del conocimiento de achaques…”.
Romana Grisales, un poco menor que su cónyuge, delgada, asmática, de frente achatada, brazos y cara descarnados, ojos de viaje, cráneo adentro, para la nuca, voz chillona, india de la cepa como Mateo, el pelo apelmazado y en mechones, lo que le daba el aspecto de bruja.
Ambos, Mateo y Romana, sin pizca de educación, de trato grosero y más negras intenciones que un gato”… [4]
Estas descripciones no son gratuitas, son el resultado de los prejuicios y supuestos que, desde la conquista, han ido construyendo las imágenes de alteridad encarnadas por los “indios”. De manera similar, se describe a todos los “indios” que aparecen en la obra; cada vez que se describe un “indio”, se le representa con cualidades semejantes a las de Mateo y Romana, lo cual no es de extrañar, ya que, desde la conquista, existe la opinión de que todos los “indios” son iguales; así por ejemplo, en la Carta de Colón anunciando el descubrimiento, Colón afirma: “En todas estas islas no vi mucha diversidad de la hechura de la gente, ni en las costumbres ni en la lengua”[5]; y en el diario del primer viaje escribe: “Esta gente es de la misma calidad y costumbre de los otros hallados[6]”; por su parte, Gonzalo Fernández de Oviedo, al desembarcar en Panamá, afirma: “Estos indios de Tierra Firme son de la misma estatura y color que los de las islas[7]”. Afirmaciones semejantes se encuentran en las diversas crónicas del siglo XVI, constituyendo así un criterio de homogeneidad, simplificado y plasmado en la frase atribuida a Antonio de Ulloa: “visto un indio, fueron vistos todos”. Colón y en general los españoles, con algunas excepciones, desconocen la diversidad de los indígenas, no quieren conocer la diferencia de los “indios”, y, al no conocerla, la imaginan, y lo hacen a partir de valores etnocéntricos que, como señala el sociólogo Laënnec Hurbon, se sustentan en la inferiorización del otro. De este modo, Hurbon concluye: “Los contenidos de la diferencia se vacían y solo quedan sus estereotipos negativos, la imaginación de un desconocido deshumanizado”[8].
En la construcción del imaginario inferiorizador sobre los “indios”, ocupan espacio importante adjetivos como “bárbaros”, “brutos”, o “salvajes”, entre otros, que fueron ampliamente utilizados por los cronistas; estos adjetivos hacen parte del conjunto de representaciones que configuran, en el imaginario europeo, la figura del bárbaro del viejo mundo. Sin embargo, para los españoles, los “indios” tenían estigmas propios: idolatría, canibalismo, brujería, tratos con el demonio etc. Uno de los atributos clave en la inferiorización y deshumanización del “indio” fue – y sigue siendo- la brujería, entendida como un conjunto de creencias y prácticas religiosas prohibidas y al servicio del demonio; Lejos del nido hace alusión directa a este hecho, como se puede ver en las descripciones de Mateo Blandón y su esposa, pues lo único que el “indio” a duras penas lee es un “libraco” que le sirve para su oficio de yerbatero, vemos que Romana tiene aspecto de bruja y más adelante el narrador explica:
“Colgaban del dintel de la puerta, especie de canastillos de hoja de palmera, (ramo bendito) dizque para que no entrara el diablo; pero, a cuál diablo pensaban atajar, cuando no sólo éste en persona vivía adentro, sino también la diabla?”[9]…
En la novela, esta imagen del “indio” se realza aun más, mediante el contraste con la descripción del campesino, el cual es sencillo, trabajador, honesto y posee todas las virtudes de las que carece el “indio”. En la novela el arquetipo del campesino, se encuentra encarnado en el personaje de Luisa, personaje descrito en los siguientes términos:
“Era esta mujer de alta estatura, derecha y regocijada como una resurrección; el cabello de azabache, ondeado y sedoso, ojos negros como la mora cuando a punto de comer se desgarra sola, bellos ojos eso sí, y sobre todo de una expresión tan dulce, que a ellos, como a su linda boca, podía verse asomada la bondad a toda hora;[…] Luisa era de porte aseñorado, una virtuosa matrona amiga de hacer el bien por el bien, sin exigir remuneración o recompensa; de buen expediente, oportuna para prestar sus servicios[10]”.
Y más adelante concluye el narrador:
“Como quien dice en Antioquia, campesinas y como diremos nosotros, Luisa”[11]
Tradicionalmente, al antioqueño se le ha representado como un campesino fornido con sombrero, carriel y ruana, pero no todos los nacidos en Antioquia se identifican con esta imagen; esta imagen identifica sólo al habitante de la montaña, no al antioqueño de las tierras bajas y cálidas, y menos aún al antioqueño de Urabá. El mito unificador que sustenta la supuesta antioqueñidad, fue construido a partir de la omisión de la diversidad; la Antioquia homogénea se construyó negando a la Antioquia heterogénea.
A finales del siglo XVIII, el Nuevo Reino de Granada, comenzó a prestar particular atención a los recursos naturales del virreinato. Dicha atención se corresponde con los intereses de la corona, debido a que informa sobre qué riquezas se pueden aprovechar; en este sentido, los primeros esfuerzos buscan identificar los recursos vegetales y minerales así como las particularidades de la flora y la fauna del virreinato del Nuevo Reino de Granada. En este contexto, los criollos pertenecientes a los círculos académicos, los ilustrados y los funcionarios, empiezan a preguntarse qué tanto conocen de sus regiones.
En 1809, el abogado antioqueño José Manuel Restrepo, escribió un ensayo sobre la geografía antioqueña, en el que exalta las riquezas naturales de Antioquia. El ensayo, publicado en el semanario del Nuevo Reino de Granada, con el título “Ensayo sobre la geografía, producciones, industria y población de la provincia de Antioquia”, se convirtió en la fuente de inspiración de la idea de una Antioquia habitada por una raza pujante y poseedora de grandes riquezas naturales; en dicho ensayo, el autor se refiere al campesino en estos términos:
“Es cierto que ama el trabajo, pues ya rompe las duras piedras, corta las colinas, ahonda los ríos y saca el más precioso de los metales; ya con la cortante hacha, la azada, el arado, derriba los bosques, limpia las malezas y abre el seno feraz de la tierra[12].”
A la llegada de la independencia, Antioquia contaba con un proyecto político integrador. Desde finales del siglo XVIII, surgió una dirigencia económica cuyas actividades se basaban en la extracción del oro y el comercio de mercancías, ésta élite se apoderó del control político de Antioquia, gracias a la coyuntura desatada por el proceso de independencia. Las figuras más destacadas de dicha élite fueron José Manuel Restrepo, Juan del Corral y José Félix de Restrepo, que con otros personajes reconocidos fueron configurando un proyecto regional. No obstante, dicho proyecto incluía una visión restringida sobre los habitantes de la provincia; el territorio que tenían en mente era el de las montañas, el de la pequeña economía agrícola y minera, excluyendo completamente, los territorios de los valles interandinos, las sabanas y las costas, dejando también por fuera a los negros, mulatos, zambos y por supuesto, a los “indios”. Así pues, la identidad antioqueña se construye a partir de la hegemonía política de las élites regionales[13], y se construye, exaltando el trabajo de campesinos y arrieros, favoreciendo la construcción de una identidad excluyente que niega la diversidad: Antioqueño es el campesino de la montaña, no el negro y mucho menos el “indio”.
Durante el siglo XIX surge una elite de intelectuales, viajeros, literatos y eruditos empeñados en responder a la pregunta: ¿Qué es ser antioqueño?, en este esfuerzo, se producen discursos en los que se acaba por construir la imagen de una Antioquia que se presenta como un territorio de gran homogeneidad cultural, en un intento por explicar la identidad del antioqueño; dicha identidad se fundamenta en una exclusión que, como señala el historiador Juan David Montoya Guzman[14], “se articula sobre la percepción de diferencias físico-culturales, es decir, raciales, consideradas como innatas y por lo tanto inamovibles”. Sin embargo, el mestizaje, es un elemento que no puede obviarse y necesariamente el elemento indígena debe integrarse en la construcción de la identidad antioqueña, pero atenuando todos los vicios que se le han adjudicado; así pues, el Doctor Manuel Uribe Ángel, luego de explicar que los “indios” tienen gran afición por los licores y que les gusta entregarse a libaciones en exceso aclara que:
“Este hábito de la embriaguez parece haber tomado cuerpo entre ellos después de la conquista, y lo pensamos así porque siendo de origen Catío, sabemos por la tradición que aquella gente no se daba a las borracheras.[15]”
Se delimita una frontera, un antes y un después donde se ubican respectivamente virtudes y vicios; en Lejos del nido, encontramos un personaje que nos puede ilustrar al respecto: el “indio” José Jurado, a quien Luisa, su viuda, recuerda con profundo cariño, citado pocas veces en la novela, deja en el lector la impresión de haber sido un hombre íntegro; una imagen que no se corresponde con la de sus congéneres indígenas; sin embargo, si tenemos en cuenta que José Jurado ha muerto mucho antes de suceder los eventos narrados en la novela, el mensaje es claro: “un indio bueno, es un indio muerto”. Este tipo de discursos produce un sujeto escindido: por una parte, el indígena como sujeto de exterminio, perteneciente a un pasado remoto y mítico, un hijo del paraíso en armonía con la naturaleza, es el representante del ancestro, origen de la raza y depositario de todas las virtudes; y por la otra, el “indio” como sujeto de alteridad, salvaje, miserable y despreciable, culpable de todos los males de la llamada “Raza Antioqueña” termino que define la pretendida identidad homogénea del antioqueño. Es así como, en 1895, El doctor Miguel Martínez, al hablar de las tres razas que configuran el tipo dominante en el departamento de Antioquia: indios, blancos, y negros; escribe en su obra “Criminalidad en Antioquia”:
“El carácter de estas razas, estudiado desde el punto de vista de la criminalidad y de la influencia que sobre esta pueda ejercer es el siguiente: “La raza india era apocada y débil;…floja para la fatiga, tímida y cobarde con raras excepciones; disimulada de carácter por causa de un anterior y subsiguiente despotismo; inclinada a la mentira” (Dr. Uribe Ángel ‘geografía de Antioquia’); falta casi en absoluto de pudor; antropófaga y entregada al abuso más espantoso de las bebidas. Con ideas muy vagas de justicia, religión, etc., y excesivamente supersticiosos, vivían en la degradación[16]”.
Por contraste, el doctor Miguel Martínez, apoyándose en las palabras del Dr. Manuel Uribe Ángel, nos dice sobre el blanco lo siguiente:
“Los blancos colonizadores no fueron muchos, y sin embargo contribuyeron sus cualidades más que las de las otras razas a formar el carácter dominante de la población actual. Eran constantes en el trabajo, humanitarios, sobrios, moderados, religiosos aunque con frecuencia fanáticos. Tenían, por otra parte malas cualidades, sus pasiones eran más fuertes, no dejaban de sacrificar cuanto de más sagrado y querido había a su sed de ganancia[17]”.
Este tipo de discursos, insisten con sospechosa frecuencia en el hecho de que en la raza antioqueña predomina el elemento “indio”, mientras que el elemento blanco se halla en proporción ínfima, de lo cual se deduce que su influencia es poca o nula en el carácter delincuencial de la raza. Como vemos, es evidente que cada grupo dominante reinventa el pasado y las tradiciones con miras a legitimar su propia dominación.
Ahora bien, descendientes de los indígenas Tahamíes, que hoy día viven en las veredas “El Chuscal” y “Lejos del Nido”, ubicadas entre los municipios de El Retiro y La Ceja, no solo han heredado los rasgos fenotípicos de sus ancestros indígenas, sino también su estigmatización, gracias a la influencia de la novela de Juan José Botero, que por su violencia simbólica, refuerza estereotipos e invisibiliza a la población indígena, a tal punto que muchos autores ni siquiera reconocen su existencia; ; por último, podemos concluir con Fabio Gómez Cardona:
“Lejos del nido cumple su misión de reforzar el proyecto hegemónico social y estatal, mediante dos actos de violencia simbólica contra las comunidades indígenas: uno su demonización, el despojamiento de su dignidad humana al retratarlos como seres ineptos para el trabajo y degenerados moral y espiritualmente; y el otro, su desaparición en los textos oficiales, su extinción simbólica[18]”
NOTAS
1] En este trabajo, la palabra “indio” aparece siempre entre comillas; no sólo por las connotaciones negativas del término: todo el dolor, el sufrimiento, las ofensas que el vocablo evoca; si no también por respeto a las comunidades indígenas, sus luchas sociales y los movimientos indígenas, que desde hace varios años, reivindicaron el termino indígena para identificarse y definirse.
[2] Profesor Universidad del Valle. Cali, Colombia. Doctorado en Estudios ibéricos e iberoamericanos, Universidad Michel de Montaigne, Bordeaux 3, Francia. Director Grupo de Investigación en Literaturas y Culturas Amerindias MITAKUYE OYASIN CALI
[3] La expresión “de buena familia”, significa en Antioquia, proveniente de una familia adinerada de Medellín o Rionegro, que, como dice la Psicoanalista Clarita Gómez de Melo, en su obra “Colombia en el diván” (Publicado en 2004, por Editorial Domingo Atrasado [Bogotá́]) eran un poco más blancos que los demás.
[4]BOTERO Juan José, LEJOS DEL NIDO, Medellín Ed. Bedout 1926. Pág. 34.
[5] Citado por TODOROV, Tzvetan, en LA CONQUISTA DE AMÉRICA, EL PROBLEMA DEL OTRO. Siglo XXI editores. Madrid 1987.
[6] Ibíd.
[7] OVIEDO Y VALDES, Gonzalo Fernández de. “DE LOS INDIOS DE TIERRA-FIRME Y DE SUS COSTUMBRES Y RITOS Y CEREMONIAS.” En: SUMARIO DE LA NATURAL HISTORIA DE LAS INDIAS (1526). Bogotá, Instituto caro y cuervo, 1995. Edición y prologo de Nicolás del Castillo Mathieu.
[8] HURBON Laënnec. En EL BÁRBARO IMAGINARIO. Fondo de Cultura Económica, México. 1993
[9] Botero Juan José. Óp. Cit. Pág. 35.
[10] Ídem. Pág. 41.
[11] Ibíd.
[12] RESTREPO José Manuel. ENSAYO SOBRE LA GEOGRAFÍA, PRODUCCIONES, INDUSTRIA Y POBLACIÓN DE LA PROVINCIA DE ANTIOQUIA. Fondo Editorial Universidad EAFIT. Medellín. 2007.
[13] No significa esto que las élites, por sí solas, puedan crear identidades; sin embargo, las élites pueden producir referentes identitarios que, al aparecer como deseables o presentarse como manifestación del deseo colectivo, terminan por instalarse culturalmente.
[14] MONTOYA Guzman Juan David, en ANTIOQUIA. El Colombiano. Medellin. 2009.
[15] URIBE Ángel Manuel. “GEOGRAFÍA GENERAL Y COMPENDIO HISTÓRICO DEL ESTADO DE ANTIOQUIA” (1885). Pág. Web: http://www.archive.org/stream/geografageneral00angegoog#page/n214/mode/1up
[16] MARTÍNEZ Miguel, CRIMINALIDAD EN ANTIOQUIA (TESIS PARA DOCTORADO EN DERECHO) 1895. Biblioteca virtual de Antioquia, pág. Web: http://biblioteca-virtual-antioquia.udea.edu.co/pdf/11/history-mm-ca.pdf
[17] IbÍd nota 15
[18] Cfr. Gómez Cardona Fabio en ETNICIDAD Y VIOLENCIA EN LA NOVELA LEJOS DEL NIDO. Revista POLIGRAMAS 30 • diciembre 2008.
Bibliografía
BOTERO Juan José, Lejos Del Nido, Ed. Bedout Medellín 1986.
GÓMEZ de Melo Clarita, Colombia en el diván, Editorial Domingo Atrasado. Bogotá 2004.
GÓMEZ Cardona Fabio en Etnicidad y violencia en la novela Lejos del nido. Revista POLIGRAMAS 30 • diciembre 2008.
HURBON Laënnec. El bárbaro imaginario. Fondo de Cultura Económica, México. 1993.
MARTINEZ Miguel, Criminalidad en Antioquia (Tesis para doctorado en derecho) 1895. Biblioteca virtual de Antioquia, pág. Web: http://biblioteca-virtual-antioquia.udea.edu.co/pdf/11/history-mm-ca.pdf.
MONTOYA Guzman Juan David, en Antioquia. El Colombiano. Medellín. 2009.
TODOROV, Tzvetan, La conquista de América, el problema del otro. Siglo XXI editores. Madrid 1987.
URIBE Ángel Manuel. Geografía general y compendio histórico del Estado de Antioquia (1885). Pág. Web: http://www.archive.org/stream/geografageneral00angegoog#page/n214/mode/1up