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En la España de Franco según Joan Llarch hubo 188 campos de concentración, batallones de trabajadores, aparte de los campos franceses y nazis en los que los republicanos fueron “acogidos”
Según Javier Rodrigo (2006), cerca de medio millón de prisioneros pasaron por los campos de concentración entre 1936 y 1942. El primer campo de concentración fue creado por Francisco Franco el 20 de julio de 1936 y estuvo localizado en el castillo del monte Hacho de Ceuta. El último campo de concentración, situado en Miranda de Ebro (Burgos), fue cerrado en 1947.
Los primeros campos de concentración de la dictadura se instalaron en 1937 y aunque la práctica totalidad fueron desmantelados en 1947, en la década de los sesenta todavía había empresas que reclutaban a presos políticos como mano de obra barata y dócil.
Galicia fue la cuna de los campos de trabajo del franquismo. Durante la contienda, miles de prisioneros de guerra procedentes de otras comunidades autónomas incluyendo Euskadi fueron trasladados a los nueve campos de retención que Franco había asentado en Galicia: Lavacolla, Cedeira, Ferrol, Camposancos, Muros, Rianxo, Ribadeo, Santa María de Oia y Celanova.
Sólo durante los tres años de la guerra, el Ejército de Franco condenó a trabajos forzados a más de 500.000 prisioneros republicanos, distribuidos en cerca de 200 campos de concentración del país. La tierra del Caudillo fue escenario de uno de los primeros centros de presos de guerra. A finales de 1936, el Gobierno de Burgos emitió unas instrucciones en las que los prisioneros pasaron a depender de centros de clasificación integrados en las Auditorías de Guerra.
De los nueve campos de concentración que el régimen instaló en Galicia tras el estallido de la Guerra Civil, Lavacolla acogió al mayor número de represaliados. Entre 2.000 y 3.000 hombres participaron en la construcción de una escuela de aviación y el futuro aeropuerto. Contratados por empresas públicas y privadas, tanto para obras militares como civiles, cada prisionero cobraba entre 2 y 2, 5 pesetas por día de trabajo.
Pese a que el campo de Lavacolla fue cerrado en noviembre de 1939, pocos meses después se instalaron en el centro varios batallones de trabajadores. En junio de 1935 se había inaugurado en el lugar un campo de vuelo. Franco vio en los presos republicanos vencidos en la Guerra Civil la solución al futuro aeropuerto gallego
José María Romaña Arteaga, un gudari vasco que estuvo en el campo de Miranda de Ebro, el último campo que se cerró en 1947 recuerda: “Estuve detenido del 5 de setiembre de 1941 al 26 de febrero de 1943, fechas que nunca podré olvidar mientras viva. Aparte de los vascos y otros republicanos, en ese campo de Miranda de Ebro había restos de las Brigadas Internacionales, entre los cuatro o cinco mil prisioneros del campo. Allí había individuos de Polonia, Alemania, Checoslovaquia, Francia y otras naciones. También había un grupo de judíos, huidos de los nazis a través de Francia. La vigilancia estaba encomendada a 350 soldados del Ejército de Tierra de Franco. Sólo recuerdo un intento de fuga, donde hubo un muerto y tres heridos, y fue un día antes de llegar yo al campo. Se formaron batallones de trabajadores, y uno de ellos fue enviado a Cerro Mariano, un lugar de castigo muy insano de la provincia de Córdoba, donde muchos sufrieron paludismo”.
En el exterminio organizado se distinguió de forma macabra el campo de Albatera (Alicante)
Fue el de Albatera (Alicante) el más terrible campo de concentración de los “franquistas” y merece, por tanto, un espacio. Se hallaba situado
cerca del pequeño pueblo de Albatera - al noroeste de la capital en un terreno yermo y salinoso, alrededor de 20.000 hombres descubrieron en abril de 1939 que en esta vida es posible conocer el infierno.
Todos los prisioneros, sin excepción, vivieron un auténtico calvario de enfermedades, durmiendo la mayoría en el suelo y con el cielo como techo, en un espantoso hacinamiento por culpa del hundimiento final de la República y la falta de cuidado de los vencedores de la guerra civil. Los más afortunados lograron sobrevivir para ver las desgracias de sus compañeros: más de 600 ejecutados sin juicio por la Falange y muchos más muertos de hambre y sed. Se dieron además demasiados casos de torturas, cuya detallada descripción pondría los pelos de punta. La ira de los seguidores del dictador se cebó dentro del recinto de Albatera en una parte de los restos del Ejército de la República, que inútilmente había tratado de huir por los puertos de Alicante en los postreros días de conflicto. El comandante se reía al verlos y los llamaba "hijos de la Pasionaria"
En 1938 los campos de concentración albergaban a más de 20.000 prisioneros. Tras el día de la Victoria, 1 Abril 1939, la cifra total de población reclusa oscilaba entre las 370.000 y las 500.000 personas. Desde 1940 el supervisor de todos estos campos fue el general Camilo Alonso Vega. La principal función de los campos era la de retener a tantos prisioneros de guerra republicanos como fuera posible, y todos aquellos que fueran calificados de "irrecuperables" eran automáticamente ejecutados. Muchos de los encargados de la represión o la administración en los campos habían luchado en el bando vencedor o habían estado “enchufados” en retaguardia o habían sido especialistas en la represión, pero tenían un denominador común, todos destacaban por la voluntad de crueldad y venganza para con los vencidos. Tampoco los funcionarios de alta instancia se mostraron muy contrarios a este clima de represión y venganza: el Director General de Prisiones, Máximo Cuervo Radigales, y el jefe del Cuerpo Jurídico Militar, Lorenzo Martínez Fuset, Esteban Bilbao y muchos otros contribuyeron en no poca medida a crear este clima represivo.
En 1946, diez años después del comienzo de la Guerra civil, todavía estaban operativos 137 campos de trabajo y 10 campos de concentración, en los que estaban encerrados 30.000 prisioneros políticos.
Para muchos no hubo campos de concentración franquistas y menos de exterminio como los nazis. Pero una breve historia prueba lo contrario
Un día un republicano paseaba por el Jardín Botánico de Madrid, para ver una exposición de fotografías que repasaba la Historia española de los últimos cien años. Comentando algunas de las fotografías en las que aparecían varios presos republicanos, el veterano republicano dijo:
"Aquí podéis ver presos republicanos en uno de los campos de concentración de la guerra civil.
De repente, una señora que se hallaba a su espalda saltó como un resorte:
-" ¡¡Señor !!. con Franco no existieron campos de concentración, existieron cárceles. Los campos de concentración existieron en Alemania y Rusia, pero no aquí. No tergiverse las cosas -exclamó irritada-. Los presos tenían un juicio justo y a los cinco años les dejaban libres.
Por supuesto, fue inútil convencerla de lo contrario. Al veterano le quedó mal sabor en el cuerpo. Muy a su pesar, señora, hubo cientos de campos de concentración durante el franquismo donde malvivieron cientos de miles de españoles (y muchos, alrededor de 30.000 no pudieron contarlo). No fueron campos de exterminio físico como los alemanes y los rusos, para la historia del día a día, sino de prisioneros y de trabajo tan esclavo que terminaba muchas veces en exterminio.
La violencia de género en que el machista fue siempre el mismo no perdonó a las mujeres que no querían el régimen
En los campos, más que estar de vacaciones, estaban sometidos a tortura, a trabajos forzados, a enfermedades, a hambre y frío, a una reeducación diaria acompañada de malos tratos, de humillaciones, a verdaderos discursos patrióticos de curas o monjitas.
Desde las muerte de Franco, para muchos políticos españoles el hablar de las víctimas de Franco y sus sufrimientos está mal visto, pero si no lo hacemos proliferarán pronto las organizaciones neo-nazis
Lamentablemente, los estudios historiográficos desde la muerte de Franco, acerca de ellos han sido poquísimos o poco difundidos y ninguno desde el gobierno central, sea del color que sea y para el PP, el hablar del tema provocaría una respuesta parecida al de la señora, pero cada vez aparecen más trabajos científicos. Nos remitimos a los relatos y cifras de Javier Rodrigo y los nombrados, auténticos historiadores, que han contribuido a sacar a la luz esta parte de la historia de España.
Muchas veces, existe la impresión de que los campos franquistas eran cutres, que no funcionaban bien, que los presos se morían de hambre... por dejadez personal y mala organización interna, por su culpa, pero no fue así. Funcionaban tan bien que los prisioneros se morían de hambre porque esa era la intención de las "autoridades" del régimen".
"Comparativamente, el de España es el fenómeno de campos de concentración más importante de Europa, después de Alemania. Que no hubiese habido investigación ni política de homenaje, nos parece bastante sintomático de lo que es la política democrática del país. De 188 que hubo, entre estables y provisionales, sólo tres tienen recordatorios. Pero nada se dice de lo que fue, en su día, el Palacio de la Magdalena en Santander, el Fuerte de San Cristóbal en Navarra, la sede de la UIMP, o el parador de San Marcos, en León, y, en el Valle de los Caídos, tampoco hay ninguna placa de quién lo construyó, ni se habla nada de los veinte mil presos políticos que murieron en los campos. En España sí existieron campos de concentración franquistas. Y muchos. Demasiados. Pero hay que decirlo en voz alta.
Deportación de exiliados a campos nazis. Los que lograron refugiarse en Francia cayeron en manos del gobierno de Vichy que los entregó a los nazis
Aparte de los campos de concentración en España, está probado que en plena guerra civil o después cerca de 10.000 españoles fueron entregados por Franco a los alemanes en Francia o capturados por la Gestapo entre los refugiados huidos sin papales que vagaban indefensos y sin rumbo por tierras galas, todos acabaron en campos de concentración nazis, sin que el ministro de exteriores de Franco, Ramón Serrano Súñer, hiciera nada por salvarlos, sino todo lo contrario. Existe documentación escrita por la que los alemanes que consultaban a Franco qué hacer con los "dos mil rojos españoles de Angulema". Los pocos que se salvaron no pudieron regresar a España. Ha habido escritores como Mariano Constante, Mirta Núñez Díaz Balart, Jimeno Jurío, Alberto Reig, Arturo Barea, Juan Iturralde que no han olvidado nunca y son una lección permanente más allá de luces y sombras, de debilidades y grandezas, para recordarnos que el infierno existió.
Joan Llarch se extiende también otros campos de África que durante la época del gobierno de Vichy, cedió muy "galantemente" el Marical Petain a Franco para encerrar a los más "revoltosos". La inmensa oleada de combatientes del ejército republicano están custodiados por soldados senegaleses del ejercito francés que echaba mano de carne de cañón para sus guerras coloniales. Llarch confirma la cifra de medio millón de esclavos en los campos de concentración franquistas. Todavía está por contar el valor y la capacidad de los sufrimientos de estos campos en España, Francia y África, como el campo de Duela a donde fueron conducidos los supervivientes de la columna Durruti, otro campo el de Hadjerat-m´guil (Argelia) donde encerraron a los excombatientes de las brigadas internacionales clasificados como “rebeldes”. De los campos del sur de Francia habría tantos que esto se convertiría en un libro, pero el que lleva a la cabeza es el de Argelés-sur-Mer donde no había ni barracones en que cobijase del viento mistral que corría por la playa. La colitis que derivó en disentería fue epidemia luego los parásitos y el tifus barrieron a cientos de republicanos. Las mujeres más combativas no fueron olvidadas por los esbirros de Franco y fueron recluidas en el campo de concentración de Rieucros en condiciones de castigo. Afortunadamente para ellas en el verano de 1941 los patronos franceses comenzaron a seleccionar mujeres de todos los campos para conseguir mano de obra barata para la vendimia.
Porque ni la transición ni la democracia después de la actual constitución han tratado de recuperarlos para la memoria y así es preciso que haya portales que lo hacen por su cuenta. Campos como el caso del campo nazi de Mathaussen donde Himmler y la Gestapo “cobijaron” a los republicanos o terminaron arrojando sus huesos a las fosas adyacentes. Sólo los supervivientes del triángulo azul han levantado, después de la muerte de Hitler y rendición alemana, monolitos a su recuerdo pero la mejor memoria permanente que existe de esos “esclavos” es el Valle de lo Caídos que fue construido precisamente por presos republicanos.
Una vez terminada la Guerra Civil española sin embargo quedaban miles de enfermos que quedaron al cuidado de nadie y hay cifras muy aproximadas. Por ejemplo el doctor Zurita secretario general del Patronato Nacional de Tuberculoso, detectó a la muerte de Franco, la existencia de una legión silenciosa de enfermos de tuberculosis pulmonar en cifras aterradoras procedentes de los campos de Franco, que en los últimos días de la dictadura llegaban a tal número que las defunciones anuales se acercaban a los 3.000.
Los campos de concentración dejaron una pesada carga para muchas familias de republicanos que pasaron por los batallones de trabajo. Por esos barracones desfilaron medio millón de seres humanos aparte de los del exilio que se cifraban en más de 100.000.
La iglesia católica piedra angular del régimen no solo utilizaba los desfallecimientos morales de los prisioneros, sino ansiaba lograr un indulto de su pena para sus registros de obras de caridad y así la Obra de Redención de Penas por el Trabajo era una fachada magnánima y piadosa que el régimen fabricaba como la careta de cristiano humanitario y magnánimo de Francisco Franco. La creación del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo bajo la advocación de Nuestra Sra. De la Merced quedaba encabezada por el Ministerio de Justicia.
El perfil oficial del recluso trabajador era un condenado a pena inferior, si había logrado justificar una responsabilidad menor que otros “rojos”, anarquistas, nacionalistas o masones que redimían parte de su condena por el trabajo. Los tribunales militares se encargaban de deshacer de los hallados culpables, con pelotones de ejecución o el garrote vil.
Al morir Franco hubo un desconocimiento del aparato de la represión franquista con una actitud política de Pilatos, y los partidos dominantes colaboraron con su silencio, que dura casi hasta nuestros días. Los que se han atrevido a sacar su aventura personal en ese microcosmos han salido a veces mal parados. En este sentido se podría decir que la memoria de la guerra civil se entendió como una trágica escisión de los españoles pero el principio de una amnistía general y la renuncia a la represarías enunciado por los grandes políticos se consideró una apertura digna de la apertura de un proceso constituyente.
Del rey para abajo a nadie se le preguntó por su pasado con tal del que en el presente participara en el proceso constituyente. El aprendizaje democrático que la oposición había realizado contra la dictadura desde los años 40 apareció el libro de memorias, pero nada más. Así resultó que la potencia del mito de la reconciliación como algo que daba sentido al futuro fue tal que todo el mundo vino a beber en sus aguas. Los políticos descubrieron el placer de encontrarse en un alto grado de integración institucional, entrevistas personales, confesiones de simpatías mutuas y las élites procedentes del régimen y de la oposición llegaron a un acuerdo tácito del olvido del pasado, sobre el mito de la reconciliación como conciencia colectiva.
Hombres como el juez Baltasar Garzón se han sacrificado personalmente y perdido toda esperanza de futuro precisamente por no dejar al olvido a los esclavos de Franco. Cualquier reivindicación tiene que llegar de Argentina. Diasporaweb con motivo del aniversario de Auschwitz se ha atrevido a recordar muy por encima los campos de concentración, batallones de trabajadores y otras lacras y continuará con cosas que constan en su archivo como la fuga de San Cristóbal en próximas ediciones