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Las blancas gallinas de los sauzalitos es un articulo de: Su Hijo
Con las primeras luces, el gallo cantó en su poste. Las gallinas, formando fila, se numeraron del uno al nueve y se pusieron a cacarear.
Las gallinas del valle de los sauzalitos no sólo eran famosas por los grandes huevos que ponían, sino porque, además, no había animal que las superara en blancura. Las gallinas de los sauzalitos eran tan blancas, que sólo mirarlas al sol hería los ojos. Siempre brillando como lámparas encendidas, caminaban orondas, luciendo su plumaje de flor de manzano, de papel blanco y blanco de algodón. Parecía que el color blanco había sido creado por inspiración de las gallinas de los sauzalitos.
El gallo volvió a hacerlas numerar, sacó cuentas con los dedos (que eran ocho, más los dos espolones). No había caso, faltaba una. Afligido, daba vueltas por el gallinero con las alas a la espalda, escarbaba la tierra, le gritaba a todo el mundo. Estaba insoportable.
Por suerte se le ocurrió mirar debajo de los nidos. Así dio con la gallina prófuga. El gallo iba a decirle:
-¿Se puede saber qué estás haciendo ahí abajo?
Pero no tuvo tiempo de abrir el pico. De un ala de la gallina asomó su cabeza un pollito tan bonito como una estrella, aunque no brillaba del mismo modo, porque era negro como el carbón, lo más negro que puede llegar a ser un pollo.
El gallo se sintió muy ofendido por la oscura presencia y despidió a la gallina número diez, juntamente con su desagradable hijo negro.
Al otro día ocurrió otro hecho desafortunado. El pollito escapó de las alas de su madre y se infiltró en el gallinero.
El gallo pensó que otra de sus gallinas había tenido un hijo negro y un frío le corrió de pies a cabeza. Comenzó a rondarle la idea de que tal vez todos los pollitos que nacieran en adelante serían negros, y esto lo atormentó hasta hacerlo enmudecer de pánico. Sin que las gallinas se dieran cuenta, juntó todos los huevos que había en los nidos y los llevó lejos; escarbó la tierra y los enterró. Luego se sentó a descansar.
Hacía tanto calor que el gallo se quedó dormido. El sol calentó la tierra, la tierra calentó los huevos, los huevos se quebraron y nacieron unos pollitos tan hermosos como copos de algodón, pero no había uno solo que fuera enteramente blanco o absolutamente negro; los había colorados, bataraces, amarillos y de una mezcolanza de lo más diversa.
Los animales de la granja se amontonaban para felicitar al afortunado papá, quien recibía los saludos entre asombrado y contento, pues hasta entonces había creído que los vecinos lo admiraban por su magnífica blancura lechosa, cuando ahora nadie se fijaba en eso.
Fue lo mejor que pudo ocurrirle para que, en adelante, no se pavoneara inútilmente. En cuanto a las gallinas, estaban tan felices con sus hijitos que ni pensaron en el color.
Alfredo Parra